Finalmente, el pleno del Parlamento Europeo puso fin al trhiller de la reelección de Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea. Con 401 votos, el 55,6% de la Eurocámara, la política alemana volverá a dirigir la principal institución ejecutiva del proyecto europeo. Eso sí, sin ninguna ilusión, emoción, ni ilusión, todo hay que decirlo. Este segundo mandato se inicia bajo la premisa de que la candidata elegida es una especie de “mal menor” para todos los que la han votado. Entre los suyos, los populares, muchos lo han hecho tapándose la nariz y por disciplina. Los socialistas porque no tienen candidato alternativo, ni votos para presidir la Comisión. Y los liberales, venidos a menos en las elecciones del 9J porque con Von der Leyen podrán ser alguien en el nuevo Colegio de Comisarios, para empezar con la nueva vicepresidenta Alta Representante de Política Exterior y Seguridad de la UE, la estonia Kaja Kallas. Con tres grupos de extrema derecha en el nuevo Parlamento, la cosa no estaba para bromas, ni para alcanzar los cielos. De eso se ha valido Von der Leyen para volver a ser la inquilina del Berlaymont y en su discurso de exposición del programa de gobierno, ha repartido medidas que agradaran los oídos a un lado y otro de la cámara, dejando al margen a los radicales de izquierda y de derecha.