Se acercan las fechas del calendario a las elecciones europeas del 6 al 9 de junio y los sondeos siguen tenazmente señalando el fuerte crecimiento de las fuerzas populistas de la ultraderecha, contrarias al actual diseño del proyecto común que representa la Unión Europea. Estamos ante unos comicios decisivos, porque a medida que la UE ha ido sorteando crisis – del euro, Brexit, pandemia, guerra en Ucrania –, se ha avanzado en leyes y programas europeos, jamás imaginados antes. De ahí que la composición del Parlamento Europeo saliente de las urnas será determinante en las decisiones que en el seno de las instituciones europeas se tomen a futuro. Si somos conscientes que la cesión de soberanía al proyecto supranacional en torno a Bruselas es de cerca del 80% de la legislación, convendremos que nos jugamos mucho en las personas que elijamos para que ocupen los escaños de la Eurocámara. Sin embargo, nos encontramos ante el riesgo de utilizar nuestro voto guiados por la ira que les produce una clase política que consideran corrupta e ineficaz para resolver sus problemas, tanto en clave nacional como europea.